EL MAR
"Marina" (2007) Acrílico. MBReig |
Solía levantarme muy
temprano cuando tenía la ocasión de veranear unos días junto al mar; con las
primeras luces que se colaban indiscretas por esas incómodas ventanas de
apartamento de alquiler, que nunca tienen persianas o unas cortinas dignas que
te permitan despertar a lo que se considera una hora decente para un currante
en vacaciones. Me ponía el bañador, cogía toalla, tabaco y móvil y bajaba en
silencio hasta la playa. Me gustaba darme un buen chapuzón, jugando un
solitario con los peces y el Mar en calma, a esas horas en las que ni siquiera
la primera sombrilla ha reservado ya el sitio de primera fila a sus dueños. Y
nadaba y nadaba y nadaba… Me sumergía y tocaba con las manos la suave arena del
fondo. Abría los ojos bajo el agua para reconocer el silencio de los colores
ocres, verdes y azules, difuminados por la sal.
Aquella mañana de
septiembre también me llamó el Mar. Llegué hasta la orilla de arena y marqué
las huellas de mis pies, mientras embobada miraba despertar el horizonte. Como
un imán me aproximé al agua y rápidamente percibí que la calma de unos metros
más adentro no era tal en el lugar donde rompían las olas. El agua se
estrellaba con furia justo un metro por delante de mí. Había resaca y busqué
una bandera que me diera alguna pista, pero no la vi. No conocía la playa, pero
no me podía resistir al chapuzón y decidí entrar al agua agarrada de la cuerda
de las boyas. Di el primer paso con tan
mala suerte que caí en un desnivel justo cuando la ola rompía con fuerza sobre
mí, tumbándome bajo su espuma. Inmediatamente sentí su fuerza arrastrándome
hacia adentro. Yo, incapaz de ponerme en pie, me mantuve agarrada a la gruesa
soga, pero robaba por el fondo arañando mi piel con los cantos y tratando de
salir a respirar antes de que llegara la siguiente embestida de ese Mar
enfadado. Incaba la rodilla bajo las piedras para tomar impulso y lograr
acercarme a la orilla, pero una y otra vez la ola me arrastraba. Mi mente, fría
hasta ese momento, sólo pensaba en mi mano aferrada a la cuerda y me decía: “no
te sueltes, no te sueltes”. Noté cómo mi bikini se rompía y cómo las pequeñas
piedras lijaban de arriba abajo todo mi cuerpo, causando escozor. Quise pedir
ayuda, pero apenas tenía tiempo de tomar un poco de aire. La playa estaba
vacía. Yo era la única loca que se había atrevido a desafiar la bravura del mar
en esa mañana soleada. Poco a poco las fuerzas se me agotaron y en una fracción
de segundos ya fui incapaz de saber si la negrura que se cernía sobre mi era la
noche o era el fondo del Mar.
Entonces mi pensamiento
se volvió hacia la habitación del hotel, en la que te había dejado durmiendo
junto a una nota y pensé: “Amor, tendrás que volver sin mí de este viaje”.
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