Lo que hago, lo que hacemos (Vettonia) y un poco más... (todas las fotos por MBReig salvo que se diga lo contrario)
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lunes, 24 de marzo de 2014

EL MAR

EL MAR

"Marina" (2007) Acrílico. MBReig


Solía levantarme muy temprano cuando tenía la ocasión de veranear unos días junto al mar; con las primeras luces que se colaban indiscretas por esas incómodas ventanas de apartamento de alquiler, que nunca tienen persianas o unas cortinas dignas que te permitan despertar a lo que se considera una hora decente para un currante en vacaciones. Me ponía el bañador, cogía toalla, tabaco y móvil y bajaba en silencio hasta la playa. Me gustaba darme un buen chapuzón, jugando un solitario con los peces y el Mar en calma, a esas horas en las que ni siquiera la primera sombrilla ha reservado ya el sitio de primera fila a sus dueños. Y nadaba y nadaba y nadaba… Me sumergía y tocaba con las manos la suave arena del fondo. Abría los ojos bajo el agua para reconocer el silencio de los colores ocres, verdes y azules, difuminados por la sal.
Aquella mañana de septiembre también me llamó el Mar. Llegué hasta la orilla de arena y marqué las huellas de mis pies, mientras embobada miraba despertar el horizonte. Como un imán me aproximé al agua y rápidamente percibí que la calma de unos metros más adentro no era tal en el lugar donde rompían las olas. El agua se estrellaba con furia justo un metro por delante de mí. Había resaca y busqué una bandera que me diera alguna pista, pero no la vi. No conocía la playa, pero no me podía resistir al chapuzón y decidí entrar al agua agarrada de la cuerda de las boyas. Di el  primer paso con tan mala suerte que caí en un desnivel justo cuando la ola rompía con fuerza sobre mí, tumbándome bajo su espuma. Inmediatamente sentí su fuerza arrastrándome hacia adentro. Yo, incapaz de ponerme en pie, me mantuve agarrada a la gruesa soga, pero robaba por el fondo arañando mi piel con los cantos y tratando de salir a respirar antes de que llegara la siguiente embestida de ese Mar enfadado. Incaba la rodilla bajo las piedras para tomar impulso y lograr acercarme a la orilla, pero una y otra vez la ola me arrastraba. Mi mente, fría hasta ese momento, sólo pensaba en mi mano aferrada a la cuerda y me decía: “no te sueltes, no te sueltes”. Noté cómo mi bikini se rompía y cómo las pequeñas piedras lijaban de arriba abajo todo mi cuerpo, causando escozor. Quise pedir ayuda, pero apenas tenía tiempo de tomar un poco de aire. La playa estaba vacía. Yo era la única loca que se había atrevido a desafiar la bravura del mar en esa mañana soleada. Poco a poco las fuerzas se me agotaron y en una fracción de segundos ya fui incapaz de saber si la negrura que se cernía sobre mi era la noche o era el fondo del Mar.

Entonces mi pensamiento se volvió hacia la habitación del hotel, en la que te había dejado durmiendo junto a una nota y pensé: “Amor, tendrás que volver sin mí de este viaje”.

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