Lo que hago, lo que hacemos (Vettonia) y un poco más... (todas las fotos por MBReig salvo que se diga lo contrario)
PARA VER TODAS LAS PUBLICACIONES POR TEMAS, USA EL INDICE DE ETIQUETAS

martes, 27 de mayo de 2014

Historia de una PINTURA RÁPIDA

Domingo 18 de mayo 2014 San Antonio de la Florida.

Promete ser un día fantástico. El madrugón cuesta, pero hace un sol primaveral que pone las pilas. Hace tiempo que no voy a un concurso de pintura rápida y la adrenalina va soltando dosis desde que suena el despertador. Ya casi tenía olvidada la emoción de preparar los "trastos" a contrarreloj, calzarte la ropa vieja, el sombrero, la crema solar y salir de buena mañana para llegar a sellar a tiempo. Insisto: luce un sol espléndido y da gusto conducir a las 8:30 de la mañana por la carretera vacía, con una música cañera y sobre todo con ganas, MUCHAS GANAS. Lo mejor: pintar con los amigos. Uno lleva las "papas", otro la nevera con unas cervecitas.... El objetivo: pintar un cuadro en 3 ó 4 horas y DIVERTIRSE haciendo uno lo que más le gusta...
Parte del trabajo:



Después de entregar los cuadros, las cañas con más amigos, a la espera del fallo del jurado. Y si además llega tu peque a verte y te dice que le mola tu cuadro... pues ya eres la persona más feliz del mundo.


El mío... :-D

La jornada dominguera termina en buenísima compañía (el hijo y amigos especiales) dando buena cuenta en la terraza de Casa Mingo de un rico menú.
Pero el broche pinturero lo puso nuestro Rafa, que quedó ganador. Sí. ¡¡ Primer premio!!, coreado, vitoreado y multiabrazado... y él, más orgulloso y feliz que nadie, nos contagió de alegría ese domingo. Este es su trabajo. Un premio merecidísimo. ¡Enhorabuena, Rafa!



jueves, 22 de mayo de 2014

ENCUADRES

¿Qué ven tus ojos cuando miras tras una cámara?. A veces tú ves lo que para otros pasa desapercibido; te fijas en detalles sin importancia que una vez encuadrados son el alma de la foto. Quizá ves colores donde no los hay o ves belleza en la cosa más simple. Puedes ver armonía en un escenario caótico; o puedes inmortalizar el movimiento deteniéndolo para siempre. Una mirada de un desconocido o de ser querido; una arruga; un plano torcido; unas palabras o unos gestos que reivindican... Otras veces puedes interpretar lo que ya has fotografiado y entra en juego la diversión y la imaginación, haciendo que la fotografía se convierta en algo más que una imagen.
Hasta puede ocurrir que al mirar ya estés viendo el próximo cuadro. Una imagen directamente transformada a una pintura. Lo que tus ojos envían a tu cabeza son colores de pincel, mezclas en relieve y no imágenes planas. Entonces fotografías sólo para recordar lo que luego vas a poner sobre el lienzo.
Yo miro por el objetivo, igual que tú. Pero tú y yo no vemos lo mismo. Tampoco pensamos lo mismo, ni pintamos en serie, ni escribimos, ni pensamos, ni sentimos igual. Hacer una foto, es contar algo después de haber jugado con la mirada y haber estudiado cómo contarlo.
Estas son mis fotos. Estos son mis encuadres. En realidad: esta soy yo...


Empezando una nueva aventura de imágenes en este Blog (sin orden ni concierto). Las fotos que me gustan... sobre lugares, personas, bichos, cosas, detalles... Por ejemplo ésta:

Albaicin 09/2013. Un atardecer de septiembre. Un recorrido mágico y silencioso. El dueño del jardín y guardián de la ventana. Y tan "pichi"...


O estos "espejos" en Las Arribes en el mes agosto. Río Duero, río verde, reflejos de un viaje con Ig a la intimidad 08/2012.  


Chopin

La primera vez que Esther descubrió a Chopin tenía doce años. Sin duda lo había escuchado antes y muchas veces, pero su desordenada memoria la situaba a esa edad, en el salón de su casa, rodeada de la calidez de los muebles de madrera, en una tarde de invierno con la luz pálida de la lámpara de mesa. Sentada en el sofá, sus pies a penas rozaban la mullida alfombra clásica. El disco negro de vinilo giraba en el tocadiscos y su padre jugaba, como solía hacer, a ser director de orquesta. Ella,  le veía mover los brazos al ritmo de los lánguidos acordes y a través del movimiento la música iba entrando en su interior, moviendo el sentimiento, haciendo crecer la emoción. Hasta que a su boca llegó el sabor salado de una lágrima. Porque la primera vez que Esther se emocionó con Chopin fue el mismo día en que llevó a casa su primer suspenso. Esther lloró bajito su miedo a confesar y no fue la culpa lo que le hizo hablar, sino la tristeza  que inundó su corazón ante las vibrantes notas de Chopin.

La primera vez que Esther sintió celos tenía cuarenta y cinco. Por primera vez, sospechas fundadas. Creyó que se moría. La sangre agolpada en su pecho se congeló, como su corazón. Corrió a refugiarse tras el volante, acelerando el sabor amargo de la sangre con la velocidad. La carretera olía a presagios grises y sus ojos lloraban, bajito, las mismas notas de los nocturnos de Chopin.  La primera vez que Esther sintió la hoja de la traición confirmó que no era afilada, sino roma y espesa, como la sangre congelada. Esta vez no había una alfombra mullida bajo sus pies, ni nadie al lado a quien confesar el miedo. También un sofá. El de su propio salón. También Chopin, esta vez un CD. También una tarde de invierno y una lluvia ligera que hacía reverberar la languidez de los acordes. Y Esther lloró bajito. Recordando el movimiento de los brazos de aquel director de orquesta, que se mecían al ritmo de un Nocturno, el dolor se fue descongelando. La primera vez que Esther sintió celos, volvió a descubrir a Chopin.

TRANSFORMACIÓN

Dicen (y yo también lo digo) que la inteligencia es saber adaptarse a los cambios. Sin comerlo ni beberlo, la protagonista de este Relato consigue atrincherarse en su anhelado espacio de paz y Tranquilidad. "POR FAVOR:  NO MOLESTEN MI DESCANSO"

Foto: MBReig (Puerta del Sol Mayo 2011)


Una mañana, tras un sueño tranquilo, yo, Margarita La Bella, me desperté convertida en un monstruoso insecto. Nada de sorprenderme. Qué va. Pues venida del pasado llegó a mi mente aquella frase de mis padres que tan orgullosa me hacía sentir: “hija, eres un bicho raro”. Lo peor no fue ser consciente de mi asqueroso aspecto, cosa que llegó más tarde al verme en el espejo, sino la terrible sensación de frio que entumecía esa carne áspera y seca bajo mi caparazón y luego, el batacazo que me pegué cuando caí de espaldas los dos metros y medio que separan el techo del suelo de mi habitación. No puedo decir que me quedé boquiabierta, porque sinceramente desconocía si tras la conversión a insecto tenía o no los mismos órganos que siendo humana,  pero diré que se me descolgaron las antenas de la emoción. ¡Una mutante!... ¡Una X Men!.
Recordé que en alguna de las cajas de la mudanza, aún sin desembalar, guardaba yo ese manual de instrucciones para situaciones de emergencia. Lo encontré. Y salvando las limitaciones propias de un cuerpo sin dedos, conseguí abrir el libro por el capítulo 10: “De las transformaciones repentinas”. Y leí: “Ante un cambio drástico en su vida, (despido laboral, ruptura amorosa, ruina económica, etc., etc., etc,) Vd. tiene todas la papeletas de transformarse en algo indeterminado hasta que su nueva situación se normalice. No le de importancia y haga su vida normal”.
Dado mi nuevo estado, eso de hacer vida normal me pareció una pretensión inalcanzable, además de algo aburrido hasta la saciedad.  Muy al contrario, mi mente empezó a barajar toda clase de posibilidades y a conjugar mil y una tretas para aprovechar esta oportunidad que me daba la vida. Salir de la rutina.  Bien mirado, sería la excusa perfecta para no ir al trabajo y para no dar explicaciones a nadie sobre mi estado de ánimo, tan turbado por los recientes acontecimientos.
Me adapté sin problemas y en un par de días tenía totalmente controlados mis movimientos, mi capacidad de evolución en carrera, mi respuesta de frenada, las distancias y el tiempo que precisaba para llegar de un rincón a otro de la casa, las veces que mi cuerpo hacía sus necesidades sin ningún pudor… Con esas patitas que el azar me había dado recorrí, el apartamento en horizontal y en vertical y mira por donde, descubrí detrás del la librería del salón el escondite en el que el anterior inquilino guardaba fotografías picantes de sus amoríos y que el muy idiota había olvidado llevarse consigo.  Eso me dio la idea de intentar reconocer mi sexo. ¿Sería un bicho hombre o una bicha? ¡Qué más daba!. Yo era, por tiempo indefinido, un bicho raro.
Sin saber, ni a ciencia cierta, ni incierta, algo sobre mis posibilidades de comunicación con mis semejantes, por aquello de llamar para no preocupar a la familia, finalmente preferí hacerme la sorda para con el mundo exterior y me recreé en las ventajas de mi nuevo tamaño. Pasé cerca de una semana tomando el sol en el alfeizar de mi ventana, tal cual me parió mi madre, junto al cuenco que recogía el goteo del aire acondicionado, que hizo las veces de piscina. Descubrí que ya no me achicharraba la piel y cambié el protector solar y la sombrilla por una improvisada hamaca hecha de pelusas y por la botella de ginebra que había comprado para estrenar mi soledad. De la pelusa al cuenco, del cuenco a la pelusa. ¡Eso era vida! La música sonaba hasta el anochecer y yo dormía la mona durante horas. Todo un lujo caribeño en pleno centro de Madrid.
No sabría decir cuánto tiempo llevaba en ese maravilloso y relajante estado mutante, cuando un día el timbre de la puerta se empeño en despertarme. Le siguió el del teléfono fijo, un Ring Ring insoportable. Mi móvil repetía uno detrás de otro los tonos de mis contactos. Toda mi casa se inundó de sonidos estridentes. Incluso creo que me pareció escuchar la sirena de los bomberos. ¿Por qué no me dejaban tranquila?. Los golpes, las voces, las alarmas, la botella vacía… Salté de la ventana tan rápido como pude y traté de esconderme bajo la alfombrilla del cuarto de baño antes de que alguien derribara la puerta o mi intimidad. Pero me di cuenta de que algo me impedía correr. Mi cuerpo pesaba. Mi pelo crecía. Mis patas se engrosaban y se estiraban. De pronto la distancia entre mis antenas y el suelo se agrandó. El techo se acercaba peligrosamente a mi cabeza y yo no paraba de crecer. Vi cómo todo lo que me rodeaba cobraba una nueva dimensión. Todo más pequeño, todo más… ¿humano?

Fin 04.02.14

miércoles, 21 de mayo de 2014

Matilda

Este es un relato corto escrito para el taller de literatura. Tema de trasfondo: la ambigüedad sexual (los deberes son los deberes...)



MATILDA
Tan enigmática como el interior del bolso de una mujer, era la mirada de Matilda. Sus ojos, grandes y del color de la miel clara, tenían un extraña transparencia en todo su iris, que continuamente escondía bajando los párpados. Entonces esos ojos cerrados quedaban enmarcados por unas pobladas cejas negras y aún así, parecía que Matilda seguía mirándote. Irremediablemente me enamoré de ella. ¡Pero de eso hace ya tanto tiempo…! Creo que fue así:
Un atardecer de julio ella me rozó sin darse cuenta. Sólo atiné a distinguir un suave pañuelo de seda que salía por la puerta de la cafetería, enroscado a un cuello perfumado. Fue instantáneo. Un dardo oloroso directo al corazón. Salí en su busca. Seguí el rastro del perfume. Sí: llevaba canela y mil flores más, pero… ¡ese olor a hormonas era inconfundible! No podría decir cuánto tiempo caminé, pero oscurecía entre las calles estrechas del barrio de Chueca y mi defectuosa vista ya sólo distinguía borrosas manchas en movimiento. A pesar del anochecer, el calor apretaba las sienes y se hundía sobre mis hombros dificultando mi respiración. Aceleré el paso guiándome sólo de mi olfato. Rastreé como un perro y al notar que el perfume se iba perdiendo, mi ansia crecía. Las aceras se iban vaciando. La movida se concentraba en garitos altamente refrigerados y herméticos, rebosantes de cuerpos indefinidos y hacinados bajo el ritmo de la música, cuerpos hambrientos de sexo a la carta. Los conocía de sobra. Pero Matilda no estaba dentro. Podía olerla cada vez más cerca. Muy cerca. Mi corazón se aceleró. ¡Estaba tan cerca! A la vuelta de la esquina.
Y al doblar la esquina, una mano ancha pero de uñas afiladas me acercó bruscamente hacia el descansillo oscuro de un portal. “Hola, soy  Matilda y deja de seguirme”, me dijo con una voz grave. No me pidió permiso: me encontré entre sus brazos y atrapados mis labios entre su jugosa lengua. No le pedí permiso: exploré con avidez todos los rincones de su cuerpo y ella los míos. Nos miramos con sorpresa. Nada de lo que descubrimos era lo que parecía. Nos amamos de pie, como pudimos, apoyados en las losas aún calientes de la pared de ese oscuro portal.

Desde entonces nos amamos y aunque sus ojos se cerraron hace mucho tiempo, aún siguen mirándome. Yo conservo su pañuelo de seda impregnado aún de su perfume. En las noches de verano me lo ato al cuello como lo hacía ella y salgo a buscar otro portal oscuro en el que atrapar otra presa, diciendo: “Hola soy Yolanda y deja de seguirme”.