Lo que hago, lo que hacemos (Vettonia) y un poco más... (todas las fotos por MBReig salvo que se diga lo contrario)
PARA VER TODAS LAS PUBLICACIONES POR TEMAS, USA EL INDICE DE ETIQUETAS

jueves, 22 de mayo de 2014

TRANSFORMACIÓN

Dicen (y yo también lo digo) que la inteligencia es saber adaptarse a los cambios. Sin comerlo ni beberlo, la protagonista de este Relato consigue atrincherarse en su anhelado espacio de paz y Tranquilidad. "POR FAVOR:  NO MOLESTEN MI DESCANSO"

Foto: MBReig (Puerta del Sol Mayo 2011)


Una mañana, tras un sueño tranquilo, yo, Margarita La Bella, me desperté convertida en un monstruoso insecto. Nada de sorprenderme. Qué va. Pues venida del pasado llegó a mi mente aquella frase de mis padres que tan orgullosa me hacía sentir: “hija, eres un bicho raro”. Lo peor no fue ser consciente de mi asqueroso aspecto, cosa que llegó más tarde al verme en el espejo, sino la terrible sensación de frio que entumecía esa carne áspera y seca bajo mi caparazón y luego, el batacazo que me pegué cuando caí de espaldas los dos metros y medio que separan el techo del suelo de mi habitación. No puedo decir que me quedé boquiabierta, porque sinceramente desconocía si tras la conversión a insecto tenía o no los mismos órganos que siendo humana,  pero diré que se me descolgaron las antenas de la emoción. ¡Una mutante!... ¡Una X Men!.
Recordé que en alguna de las cajas de la mudanza, aún sin desembalar, guardaba yo ese manual de instrucciones para situaciones de emergencia. Lo encontré. Y salvando las limitaciones propias de un cuerpo sin dedos, conseguí abrir el libro por el capítulo 10: “De las transformaciones repentinas”. Y leí: “Ante un cambio drástico en su vida, (despido laboral, ruptura amorosa, ruina económica, etc., etc., etc,) Vd. tiene todas la papeletas de transformarse en algo indeterminado hasta que su nueva situación se normalice. No le de importancia y haga su vida normal”.
Dado mi nuevo estado, eso de hacer vida normal me pareció una pretensión inalcanzable, además de algo aburrido hasta la saciedad.  Muy al contrario, mi mente empezó a barajar toda clase de posibilidades y a conjugar mil y una tretas para aprovechar esta oportunidad que me daba la vida. Salir de la rutina.  Bien mirado, sería la excusa perfecta para no ir al trabajo y para no dar explicaciones a nadie sobre mi estado de ánimo, tan turbado por los recientes acontecimientos.
Me adapté sin problemas y en un par de días tenía totalmente controlados mis movimientos, mi capacidad de evolución en carrera, mi respuesta de frenada, las distancias y el tiempo que precisaba para llegar de un rincón a otro de la casa, las veces que mi cuerpo hacía sus necesidades sin ningún pudor… Con esas patitas que el azar me había dado recorrí, el apartamento en horizontal y en vertical y mira por donde, descubrí detrás del la librería del salón el escondite en el que el anterior inquilino guardaba fotografías picantes de sus amoríos y que el muy idiota había olvidado llevarse consigo.  Eso me dio la idea de intentar reconocer mi sexo. ¿Sería un bicho hombre o una bicha? ¡Qué más daba!. Yo era, por tiempo indefinido, un bicho raro.
Sin saber, ni a ciencia cierta, ni incierta, algo sobre mis posibilidades de comunicación con mis semejantes, por aquello de llamar para no preocupar a la familia, finalmente preferí hacerme la sorda para con el mundo exterior y me recreé en las ventajas de mi nuevo tamaño. Pasé cerca de una semana tomando el sol en el alfeizar de mi ventana, tal cual me parió mi madre, junto al cuenco que recogía el goteo del aire acondicionado, que hizo las veces de piscina. Descubrí que ya no me achicharraba la piel y cambié el protector solar y la sombrilla por una improvisada hamaca hecha de pelusas y por la botella de ginebra que había comprado para estrenar mi soledad. De la pelusa al cuenco, del cuenco a la pelusa. ¡Eso era vida! La música sonaba hasta el anochecer y yo dormía la mona durante horas. Todo un lujo caribeño en pleno centro de Madrid.
No sabría decir cuánto tiempo llevaba en ese maravilloso y relajante estado mutante, cuando un día el timbre de la puerta se empeño en despertarme. Le siguió el del teléfono fijo, un Ring Ring insoportable. Mi móvil repetía uno detrás de otro los tonos de mis contactos. Toda mi casa se inundó de sonidos estridentes. Incluso creo que me pareció escuchar la sirena de los bomberos. ¿Por qué no me dejaban tranquila?. Los golpes, las voces, las alarmas, la botella vacía… Salté de la ventana tan rápido como pude y traté de esconderme bajo la alfombrilla del cuarto de baño antes de que alguien derribara la puerta o mi intimidad. Pero me di cuenta de que algo me impedía correr. Mi cuerpo pesaba. Mi pelo crecía. Mis patas se engrosaban y se estiraban. De pronto la distancia entre mis antenas y el suelo se agrandó. El techo se acercaba peligrosamente a mi cabeza y yo no paraba de crecer. Vi cómo todo lo que me rodeaba cobraba una nueva dimensión. Todo más pequeño, todo más… ¿humano?

Fin 04.02.14

No hay comentarios:

Publicar un comentario